jueves, 20 de agosto de 2009

Leyendas de la zona

Aquí estan algunas de las leyendas de la zona central de chile:

La Calchona
Se cuenta que un matrimonio vivía sin problemas en el campo, junto a sus dos pequeños hijos. Sin embargo, nadie de la familia sabía que la mujer era bruja y que en su hogar escondía varios frascos que contenían mágicos ungüentos, los que, al aplicarlos sobre su cuerpo, le permitían transformarse en una oveja negra.
En las noches, mientras todos dormían, realizaba el rito de colocarse estas cremas y salir a pasear por los campos, transformada en este animal. A su regreso, a la mañana siguiente, se aplicaba nuevamente los ungüentos y volvía a recobrar la forma de mujer.
Un día, sus hijos la vieron realizar el hechizo, por lo que, queriendo imitarla, se pusieron las cremas, transformándose en zorritos. Pero cuando quisieron volver a ser niños, no supieron cómo hacerlo y se pusieron a llorar.
En ese instante, el padre despertó con los sollozos, y su sorpresa fue enorme, ya que en lugar de encontrar a sus hijos, vio a dos animales. Rápidamente, supuso que eran sus hijos y logró imaginarse que podía ser un hechizo, por lo que comenzó a buscar frascos que pudieran contener algún tipo de ungüento mágico. Cuando encontró estas cremas, se las puso y de inmediato se transformaron en niños.
Los pequeños le contaron que era su madre la dueña de los frascos, por lo que el padre, asustado y para evitar que les volviera a ocurrir lo mismo, tomó las cremas y las botó en las aguas de un río.
A la mañana siguiente, la mamá, aún convertida en oveja, regresó a la casa y comenzó a buscar sus ungüentos. Solo encontró frascos casi vacíos y, desesperada, trató de utilizar los restos de cremas para transformarse nuevamente en mujer, pero solo le alcanzó para cambiar sus manos, rostro y cabello. El resto quedó como oveja.
Así, se dice que cuando los campesinos en la noches sienten balar una oveja, saben de inmediato que se trata de la Calchona (nombre con el que llamaron a este animal). Como tradición, todos acostumbran dejarle un plato de comida para que se alimente, ya que se dice que es totalmente inofensiva y estaría arrepentida de sus antiguos actos de brujería.

El Chonchón
La leyenda cuenta que cuando los pobladores de la zona central del país escuchaban los gritos persistentes del Chonchón (es decir, “tué, tué), significaba que esta ave había salido a anunciar que alguien se iba a morir.
Este brujo adoptaba la forma de un pájaro que tenía cabeza humana, desde la que nacían unas enormes orejas que usaba como alas para volar. Se instalaba en la habitación de los enfermos, revoloteaba luchando contra el espíritu de estos y, si lograba obtenerlo, succionaba la sangre de los pacientes.
Se dice que los chonchones sabían mucho de brujería, ya que tenían el secreto para elevarse. Así, estos se aplicaban ciertos tipos de cremas en la garganta, logrando salir a volar solo con la cabeza, ya que el cuerpo lo dejaban en la casa.
Al momento de comenzar el vuelo, decían: Sin Dios ni Santa María. Para espantarlos, se rezaba la siguiente oración: “San Cipriano va para arriba, San Cipriano va para abajo, sosteniendo una vela de buen morir”. Con estas palabras el Chonchón caía al suelo.
Otra costumbre para espantarlo era echar sal al fuego de la cocina y decir: “Pasa, Chonchón, tu camino, o vuelve mañana por sal”. Al día siguiente, si alguien se presentaba a pedir sal, no había que negársela por nada.
También se le podía dibujar en el suelo la cruz de Salomón (estrella de cinco puntas), y luego en el centro se le clavaba un cuchillo con la punta dirigida hacia el Chonchón. Al pasar, este se caía y quedaba ensartado en el filo, de donde se lo tomaba para luego ser quemado.
Además, se dice que otros brujos daban caza a este monstruo, con el objeto de crear con ellos poderosos conjuros que después usaban para diversos fines.

Cueva del chivato
Se dice que esta cueva existió al pie del cerro Concepción, en Valparaíso. En ella, vivía un chivo monstruoso que por las noches salía a atrapar a cuanta persona pasaba por afuera de este lugar.
Este tenía una potente mirada, que podía hipnotizar a sus víctimas, impidiéndoles cualquier intento de fuga.
Los pocos que lograban huir lo hacían tan desesperadamente que morían en el camino o escapaban abandonando sus pertenencias. Los que eran atrapados por el chivato eran llevados al interior de la cueva y se les convertía en imbunches. Sin embargo, el que no quería esta transformación debía cumplir con el desafío de deshacer el hechizo de una muchacha que el chivo tenía en lo más apartado de su vivienda.
Los que se atrevían a romper dicho encanto, primero, debían pelear con una serpiente que se les subía por las piernas y se les enroscaba en la cintura, brazos y garganta, y los besaba en la boca.
Después, tenían que luchar para atravesar un grupo de carneros, los que ponían toda su fuerza para atajar a quienes querían pasar.
Si los hombres lograban hacer esta prueba, luego debían cruzar entre cuervos que les sacaban los ojos y soldados que los pinchaban con sus espadas.
Pero, como ninguno terminaba la tarea, no les quedaba otra que conservar la vida y dejar que el chivo los convirtiera en imbunches, y vivir para siempre como sirvientes de este monstruo.
Además, nadie volvía de la cueva a contar lo que pasaba, por lo que casi no había familia que no lamentara la pérdida de algún pariente, ni madre que no llorara a un hijo robado y transformado en imbunche.

El Cristo de la Matriz
En 1630, el rey Felipe II de España donó a la catedral de Santiago el Cristo de la Agonía. Esta obra fue entregada a manera de compensación por la profanación de que fuera objeto la entonces capilla La Matriz, ubicada al pie del cerro Santo Domingo (Valparaíso), por parte del pirata inglés Francis Drake.
El Cristo de la Agonía era un crucifijo tallado en madera hecho por un escultor japonés y llegó a Valparaíso en un gran cajón, permaneciendo por un largo tiempo en el puerto. Cuando se le quiso trasladar a Santiago, que era supuestamente el destino final, la yunta de bueyes que tiraba la carreta con el cajón se detuvo frente a la capilla de La Matriz y no se movió más. Esto, porque la caja pesaba demasiado y, además, era invierno y llovía torrencialmente, por lo que las ruedas de la carreta se hundieron en el barro.
Entonces, se añadieron nuevas yuntas de bueyes, pero todo fue inútil, ya que la carreta permaneció empantanada.
Luego, se decidió bajar el cajón y dejarlo en la capilla. Apenas este fue bajado, la carreta salió del barro, por lo que los cargadores volvieron a colocar la carga, pero cuando estaba de nuevo arriba, las ruedas se volvieron a empantanar.
Algunos pobladores que observaban este episodio plantearon abrir el paquete y asegurarse de su contenido. Cuando fue abierto y apareció la imagen del Cristo de la Agonía, en ese instante, se acabaron la lluvia y el fuerte viento que habían impedido su traslado.
Muchos fieles pensaron que este acontecimiento no era otra cosa que un verdadero milagro, por lo que se dejó definitivamente el crucifijo en esta capilla, ya que este era el expreso deseo de Dios.
Desde aquel entonces, la sagrada imagen es venerada y mucha gente asegura que, año a año, el Cristo inclina cada vez más la cabeza, por lo que un día terminará por quebrarse por completo, y ahí se acabará el mundo.

La Animita de Juanita Ibáñez
En Linares, Juan Ibáñez Valenzuela tenía una carnicería en la calle Delicias N° 1435. En ese mismo lugar, vivía con sus hijas Juana y Gladys Rosa, la primera, de quince años y alumna del Liceo de Niñas, y la segunda, de diez años y alumna del tercer año en la Escuela Nº 3.
Un día, el padre se enfermó, por lo que tuvo que ser trasladado a Santiago, con el fin de ser hospitalizado. Las niñas quedaron al cuidado de la empleada de la casa, Mercedes Gajardo, quien solo tenía 17 años.
Ella sabía que en el velador de Juan Ibáñez había dinero, así que resolvió que en la noche los robaría.
Armada con un martillo, se dirigió a la pieza donde dormían las niñas y las golpeó en el cráneo. La mayor murió y la otra quedó gravemente herida.
Luego trató de abrir el velador, pero como no pudo, decidió llevarse el mueble a la casa de las hermanas María y Emilia Estrada, las cuales se convirtieron en sus cómplices. En ese lugar, rompieron el velador y sacaron el dinero, para después escapar velozmente.
Un hermano sordo de Juan Ibáñez, que habitaba en la casa, percibió que algo grave había ocurrido, por ello fue a buscar a los carabineros y al alcalde de la ciudad, que vivía al frente. A los pocos días, lograron detener a las mujeres en la estación de trenes de la ciudad de Curicó.
Luego, que el cuerpo de Juana fuera conducido a la catedral, se produjo una interminable procesión de alumnas de su liceo y de cientos de personas que querían rendirle un último homenaje. El impacto de la muerte de la niña persistió por mucho tiempo, así que se decidió levantar un altar popular, la animita de Juanita Ibáñez.
Se dice que cuando sus devotos, principalmente estudiantes, le piden salir bien en las pruebas, esta siempre les cumple el deseo.

2 comentarios:

  1. thank's!,

    thanks for everything, I am a foreigner and these urban legends as fascinating! lol
    VERY GOOD!

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